( Para leer fumado o de pepa )
Carlos se levantó del sillón protestando.
Tenía la ropa llena de pelos de perro y eso lo alteraba un poco ya que tenía
que salir a una cita muy importante y ya se encontraba por demás nervioso. Las
manos le sudaban, menudo asco tío, sentía que no se había limpiado las manos en
mucho tiempo, o que le había pasado la mano por el culo a un ejército de
deportistas transpirados.
La
luz le daba todo un tono deprimente a la situación, la botella de whisky a
medio tomar, la ropa sucia en una esquina, un par de objetos rotos, todo el
departamento de este 11º piso es deprimente, quizás todo el edificio sea
deprimente, quizás la sociedad en sí lo sea. El pequeño perro, Roger, dormía
ahora sobre el sillón y pataleaba como aquellos niños que patean una pelota,
mientras Carlos trataba de volver a reconectarse con la realidad encendiendo un
cigarro.
Por
la ventana la calle no era más que un desierto gris, qué hermosa postal de
soledad, ni siquiera estaban las putas de la esquina. ¡Jo! Qué bien la chupa
Mariana, ahora deprime un poco ver todo ese concreto gris y no ver las piernas
tan ricas de aquella rubia. Pero, a pesar de todo, es linda la soledad.
El
cielo parece un espejo de la ciudad, refleja ese gris apagado en su cielo.
Carlos se mira en un espejo y se enfrenta tres veces consigo mismo, ingresa por
el espejo y ya está afuera de sí mismo, pero cruza por un pasillo y elige entre
dos puertas, toma la de la derecha y otra vez volvió a sí mismo. ¡Joder qué
buen tirón!
Pasan las horas, las primeras gotas comienzan
a golpear sobre los techos y las calles, el olor a tierra mojada es rico, pero
no se compara a nada con ese aroma dulce que queda entre los dedos luego de
fumar un tabaco. Así es, Carlos se huele los dedos como si estos pequeños
trabajadores tuvieran olor a concha… bastante rico.
Pero no hay conchas para Carlos, no las hay hace tiempo, y a él parece
no importarle, a decir verdad no le importa mucho, pero hoy tiene una gran cita
con una mujer, hoy tiene una cita con la Señorita Locura, Carlos está
nervioso, está metido en ella hace rato, sus pupilas dilatadas reflejan un amor
hermoso, de esos que ya no existen. A menos que vayas a la cancha de Racing y
veas el amor de los hinchas por ese club y esos colores.
Carlos no tiene conchas para coger, está fuera
de eso, no está metido en putitas, aunque quizás alguna que otra le revolotea
por la cabeza. Pero su cabeza suele quedarse metida en pensamientos y
sensaciones “¿Acaso ese triángulo es el porvenir? ¿No fue suficiente ácido? ¿Es
que siento mucho frío o es que en realidad yo soy un hielo consciente de mi
estado de temperatura?”… Carlos no caza un fútbol, mira para los costados, esas
ojeras de trasnoche cada vez toman más color, los vagos del espejo se siguen
burlando, y el tábaco no parece calmarlo. Se tira un pedo y se caga encima,
definitivamente son los putos nervios. Mientras camina hacia el baño se ríe de
Jesús “Pobre idiota que decía caminar sobre el agua, yo camino sobre mi propia
mierda y no me hago el poronga.”
El
baño está un poco sucio, Carlos lo vomitó todo durante una semana y lo único
con lo que limpió fue con su propio cuerpo cuando estaba tirado en el suelo. En
el baño se limpia bien mientras insultaba en árabe, portugués, francés, ruso,
alemán y chino mandarína. Carlos tomó cursos de esos idiomas sólo para poder
insultar, el resto de cosas que aprendió las dejó en algún otro lugar de su
mente, archivadas entre hojas amarillas de conocimientos “inútiles”.
Piensa en el olor de su mierda. El olor a la
mierda es asqueroso, incluso el olor a la propia mierda, pero los pedos propios
le parecen un poco ricos, por eso siempre se los fuma con orgullo. Mientras
huele sus pedos le gusta pensar que es una especie de Sean Connery de las
flatulencias, los huele con un orgullo que le hace decir “Acá estoy hijo de puta,
qué buen pedo”. Es raro, piensa y se distrae con un azulejo roto y con vómito
seco, ahora recuerda que se golpeó la cabeza con ese azulejo, lo insulta y lo
golpea.
Ni
bien termina de limpiarse se cambia, luego procede a tirar su mierda por el
inodoro. Abre el inodoro y ahí los encuentra… la fuerza naval en su inodoro,
una enorme flota de barcos. Carlos detesta las fuerzas armadas, su padre y su
abuelo fueron soldados y ambos murieron en el campo de batalla, por esto mismo
comienza a tirarles con su mierda, hunde a algunos, mientras ellos le arrojan
chorros de agua y distintos proyectiles extravagantes. Carlos comienza a temer
por su vida, busca un martillo y rompe todo el inodoro. Los hombres del espejo
lo increpan, Carlos golpea a uno y los otros desaparecen, la sangre del idiota
queda impregnada en su puño. Prende un cigarrillo nervioso, le siguen
transpirando las manos, incluso los pies, las bolas y las axilas. No entiende
nada, sale del baño en dirección al living, se choca con un mueble, tira todo a
la mierda y rompe la mesa ratona. Se cuelga mirando el desastre, se ríe,
comienza a reírse de forma macabra, y eso que no tenía la carta de Blastoise.
El
gris de la tarde ya había virado al azul oscuro de la noche, Carlos estaba
mirando el desastre cuando Roger le dijo “¿Qué tal si todo esto es invisible y
tu eres el único que puedo verlo? ¿Qué tal si todo esto en realidad no existe y
tú estás creando una realidad inexistente por necesidad de creer en algo?”.
Carlos lo mira, corre hacia la ventana y salta por el 11º piso, su cuerpo en el
asfalto mojado está desarmado como ese ropero que tenía en su habitación, el
asfalto se torna un poco rojo y su cerebro parece arrastrarse por la calle en
dirección al drugstore que está frente al departamento, se puede ver claramente
que está pensando en qué tan fuerte es el ácido, pero qué tan fuerte es,
también, vivir constantemente en un flashback y, por sobre todo ¡Qué fuerte es el asfalto!